Hace unos días leí un dato que vale la pena compartir en el Día Internacional contra la Violencia de Género: el 67 por ciento de las asistentes a un programa de pequeñas emprendedoras organizado por la Fundación Contemporánea en Argentina había sido víctima de algún tipo de violencia por ser mujer.
Al entregar los certificados de participación, la presidenta de la organización, Pamela Ares, aplaudió la entereza de las mujeres que fueron maltratadas de levantar la cabeza y seguir adelante. El maltrato, que debe ser repudiado y penalizado, no es una excusa para la autocompasión sino un movilizador para el cambio.
La nicaragüense Dilsia Gallegos es una historia de éxito de la lucha contra la violencia de género, un ejemplo de que es posible luchar contra los prejuicios sociales y culturales que acorralan a muchas mujeres latinoamericanas a soportar relaciones que le arrebatan su dignidad y ponen en peligro su vida.
Gallegos conoció a su pareja a los 16 años, se casó a los 19, estudió brevemente en la universidad hasta que su esposo la convenció de dedicarse por completo a su familia. Tuvo dos hijas y durante un tiempo tuvo una vida sin mayores complicaciones.
Cuando su marido, que sí completó la universidad y se graduó de ingeniero, se volvió alcohólico comenzaron las discusiones, los insultos y los golpes. La precaria situación económica familiar consecuencia de la inestabilidad laboral del esposo la impulsó a reanudar sus estudios. “Yo había desaparecido como profesional, como mujer, como persona. Me preguntaba cómo podía ayudar a mi familia a salir adelante. Mi hija mayor ya tenía 10 años y no quería que cuando le preguntaran en la escuela qué hacía su mamá, ella respondiera que yo no hacía nada”, relató Gallegos.
“Así que comencé a estudiar y aumentaron los golpes, los insultos, las agresiones sexuales porque me decía que yo no iba a la universidad sino que me iba a ver con hombres. Algunas personas en mi familia también se oponían, porque consideraba que el lugar de la mujer estaba al lado de su marido, cuidando de la casa”.
Gallegos culminó sus estudios como Técnico Superior en Contabilidad y al poco tiempo consiguió un empleo, pero la situación de maltrato empeoraba. Hasta que un día decidió tomar control sobre su vida y detener los abusos. “El momento en que decidí no continuar con el círculo vicioso de aguantar golpes, perdonar, vivir feliz unos días y volver a caer en lo mismo me sentía ahogada. No sólo eran los golpes físicos, sino los morales, los emocionales. Me sentía agobiada por ser maltratada por el hombre más importante de mi vida. Yo vivía para él”.
Recuerda el día, hace cuatro años, que le pidió a Dios que le diera fuerzas para hablar con su marido. “Porque yo sola no podía. Uno siente que no vale nada. Le dije que no iba a aceptar más engaños. Que no iba a permitir que viviera una semana conmigo y otra con su amante. Que si salía de la casa, nunca más lo dejaría entrar y así fue”.
Aunque pasó momentos muy duros, Gallegos ha logrado salir adelante. “Un día leí que uno debe recordar solo lo bueno pero no es cierto. De recordar las cosas malas uno aprende y te recuperas más rápido porque sabes en lo que no quieres volver a caer”.
A los 41 años es la principal fuente de sustento de su familia. Su hija mayor está terminando de estudiar Bioanálisis en la universidad y la pequeña va rumbo a culminar la secundaria. Tiene planes de comprarse una casa propia e iniciar una empresa familiar con sus hermanas para generar recursos para sus padres ancianos.
Gallegos aconseja a las mujeres de cualquier edad que primero se tienen que querer a sí mismas para poder amar a otro. “Es inevitable que se enamoren, pero si no se aman y se respetan a sí mismas, el hombre tampoco lo hará”. Reflexiona que su objetivo “es recuperar por completo mi vida, como profesional, como mujer. Estoy segura que todo lo demás llegará después”.